El hombre en el espejo de la señorita Cora. Una entrevista a Juan Casamayor

Un buen cuento se propaga y extiende, se recrea de formas imprevisibles entretejiéndose sobre sí mismo para formar una ilusión. La ficción genera más ficción, al igual que los recuerdos que nos marcan, que terminan convirtiéndose con los años en sombras oníricas de lo que fue.

Cuando pregunté a Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma, Si sólo pudiera conservar uno de los cuentos que se han escrito ¿cuál sería? me respondió contándome un recuerdo suyo sobre las circunstancias en que leyó La Señorita Cora de Julio Cortázar. Ese recuerdo me pareció fascinante, lo recibí e imaginé como si fuera un cuento que me acompañó durante días.

Esta entrevista debería haberse publicado a finales de mayo, sin embargo la necesidad de digerir el recuerdo de Juan Casamayor y transmitirlo convertido en un relato que compartir con ustedes hizo que la publicación se retrasara durante semanas. Ese recuerdo, que se había aposentado en mi imaginario, lo compartí con la ilustradora, escritora y cantante Marisa Blume. Hablamos, intercambiamos ideas y releímos La Señorita Cora. Con todo ese material se entretejió la ilustración de esta entrevista, inspirada en la experiencia de Juan Casamayor.

La Señorita Cora generó una potente experiencia lectora en nuestro entrevistado, recuerdos, que han dado lugar a un relato visual, onírico y simbólico, que hemos titulado El hombre en el espejo de la señorita Cora.

Por su propia naturaleza, como la de los amores pasados, los buenos cuentos están hechos de materia inasible, pero su fragancia nos acompaña inevitablemente más allá de su última página. 

Sigamos. Hablemos de cuentos con Juan Casamayor.


Cuando tengo un manuscrito entre las manos y pienso que me gustaría publicarlo es porque, además de que el libro me ha podido atravesar, embargar, apasionar o enamorar, me entran unas ganas voraces de hablar, debatir y dialogar sobre el texto con quien lo ha escrito.
© Isabel Wagemann

© Isabel Wagemann

Hay muchas definiciones de cuento. ¿Cuál es la de Juan Casamayor?

Hay muchísimas definiciones de cuento. Una de ellas, la más obvia que los lectores conocen, es que el cuento es una obra de ficción breve. Siempre he mantenido que es tan obvio decir que un cuento es breve que posiblemente no sea su característica más propia, sería como decir que un poema es una obra escrita en verso y que una novela es una obra de ficción larga. Esta aproximación me parece tan burda para definir un género que no me es suficiente, la extensión de un texto no me parece la característica adecuada para definirlo. Y mucho menos en estos momentos donde hay un umbral indefinido entre diversos géneros que en muchas ocasiones se entremezclan.

Un aspecto básico del cuento es la capacidad de la propia escritura breve, en cuanto a la elipsis y el silencio, que genera una complicidad en el lector. En el cuento hay un juego activo que lleva al lector a completar los espacios que el escritor a sabiendas no quiere cubrir. Y este juego es una telaraña magnífica que atrapa al lector.

Si se dice que con la lectura se acaba la escritura de un texto, en los textos breves esto es aún más obvio. Un poema de diez versos nos puede estar acompañando días, lo releemos en nuestra mente y por tanto lo estamos reescribiendo; el cuento participa de esa poética a través de la elipsis, del silencio, y genera una complicidad en el lector que es la que define a este género.

Hay cuentos de cuatro páginas y los hay de veinte, por tanto, la extensión no es su característica definitoria.

Al escucharte hablar sobre el cuento he recordado que Ernest Hemingway escribió en Muerte de la tarde que, Si un escritor en prosa conoce lo suficientemente bien aquello sobre lo que escribe, puede silenciar cosas que conoce, y el lector, si el escritor escribe con suficiente verdad, tendrá de estas cosas una sensación tan fuerte como si el escritor las hubiera expresado. ¿Crees que para escribir un cuento es necesario que el escritor conozca con tanta profundidad el mundo sobre el que escribe?

Hay escritores que cuando trabajan sobre un cuento la historia está bien acotada y quizá en sus márgenes, más allá de sus límites, todo es más difuso. Por ejemplo, si se escribe un cuento sobre una familia que tiene un hijo único convaleciente de una enfermedad posiblemente no se hable del pasado de sus padres como pareja y el escritor no profundice en ese aspecto. Sin embargo, sí que habrá profundizado en la necesidad, el deseo absoluto de la pareja, de tener un hijo si ese aspecto de sus vidas va a ser reflejado en el cuento.

El cuento no necesita articular unos mecanismos de conocimiento tan amplios como podría ocurrir con la novela. Aun así, en la literatura hay excepciones.

Actualmente hay libros de cuentos conformados por relatos completamente independientes unos de otros, pero entrelazados entre sí de tal forma que se obtiene a la vez una experiencia lectora de cuento con cada uno de los relatos y, en el momento de acabar el libro, una experiencia similar a la de haber leído una novela. En ese tipo de construcción, de libro de cuentos entrelazados, se elabora una estrategia narrativa similar a la de la novela.

Con los cuentos de Ángel Zapata, escritor surrealista, ocurre que el autor se aproxima tanto a la poesía que rompe los límites. No se sabe bien si sus cuentos son microcuentos, que por su extensión pueden clasificarse así, o bien, por su poética, podrían clasificarse como poemas en prosa. Por tanto, normas como la novela necesita, el cuento precisa tienen sus limitaciones.

Andrés Neuman escribe al final de muchos de sus libros de cuentos unas normas que nacen de las conclusiones teóricas que ha encontrado escribirlos. Normas que no tienen que ser necesariamente las mismas que va a necesitar para su próximo libro, y que constituyen una serie de ideas técnicas y teóricas a las que su autor llama irónicamente su dodecálogo.

Por tanto, sería muy atrevido decir que el escritor de un cuento necesita profundizar mucho en los antecedentes de la historia de sus personajes para poder escribirlo, aunque posiblemente haya alguno que sí profundice siguiendo el dictamen de Hemingway.

Hace unos días, en una conversación con la escritora Mariana Enríquez decía que a ella se le olvidan los nombres de los personajes de sus cuentos, pero no así los de sus novelas. Eso en sí casi define la diferencia entre el cuento y la novela, porque en el cuento la autora se queda más con una sensación, una atmósfera y una evocación, mientras que en la novela tiene un peso más importante el proceso narrativo, así como la psicología, los vínculos y la situación de los personajes.

¿Qué te hace saber que estás ante un manuscrito que merece la pena ser editado?

Cuando tengo un manuscrito entre las manos y pienso que me gustaría publicarlo es porque, además de que el libro me ha podido atravesar, embargar, apasionar o enamorar, me entran unas ganas voraces de hablar, debatir y dialogar sobre el texto con quien lo ha escrito.

Normalmente leo dos o tres veces un manuscrito antes de hablar con el autor. La primera lectura la hago sin tomar ninguna anotación, de lo contrario no la disfruto.  Hay un momento en que dejo al lector atrás y emerge el editor para hacer una aproximación más técnica al texto y en la que tomo anotaciones.

Llega un momento en que soy consciente de que ese manuscrito se puede convertir en un libro y tengo ganas de dialogar y debatir con el autor. Cuando esto ocurre, quiero que el texto lo lea más gente. Esa pasión que he sentido al leerlo la quiero amplificar y compartirla con otros lectores.

Por tanto, primero experimento un rapto de lectura, por utilizar un término de la teoría romántica, y a partir de ahí surge la conversación y el caminar junto a mis escritores, y por otro lado aparece la creación de una opción de lectura con los lectores.

Al final se trata de una experiencia lectora donde conviven el lector y el editor que soy.

Si sólo pudiera conservar uno de los cuentos que se han escrito ¿cuál sería?

Hay un cuento, lo he dicho muchas veces, que para mí fue una revelación. Se trata de La señorita Cora de Julio Cortázar, un cuento que leí estando hospitalizado, siendo joven al igual que Pablo, uno de sus personajes. Por supuesto en el hospital había una enfermera guapísima cerca… Yo en ese momento tuve una experiencia que no he olvidado ni he dejado atrás.

Julio Cortázar es un autor al que siempre vuelvo. Cuando me preguntan qué autor me hubiera gustado publicar respondo Julio Cortázar, sin duda. Creo que me lo hubiera pasado bomba sentándome con él para editar sus cuentos, hubiera sido una experiencia gloriosa.

La señorita Cora es el cuento que salvaría, más allá de su capacidad técnica y de su belleza, por la experiencia personal de lectura que supuso para mí el haberlo leído a una temprana edad. Fue una experiencia que me confirmó que lo que a mí me gustaba leer de verdad era el cuento.

Recuerdo estar ingresado en el hospital con salmonelosis, tenía entonces dieciséis o diecisiete años, e ir pidiendo que me trajeran los cuentos por tomos de Bruguera, que son cuatro. Cada dos días me traían uno de los tomos. Fue entonces cuando me convertí en un voraz lector de cuentos.

El hombre en el espejo de la señorita Cora Una ilustración de Marisa Blume para Escribir con garra. © Escribir con garra

El hombre en el espejo de la señorita Cora
Una ilustración de Marisa Blume para Escribir con garra.
© Escribir con garra

Algunos profesores de escritura creativa creen que durante el aprendizaje de un escritor es mejor dominar primero la técnica del relato para luego pasar a la novela. Bajo mi punto de vista un buen cuento exige brevedad y precisión quirúrgica, para lo que creo es necesario ser un escritor curtido y con experiencia. ¿Qué opinas?

Creo que el cuento se trabaja en los espacios académicos porque es más sencillo tratar con el texto de seis páginas de un alumno que con uno de ciento ochenta páginas, es evidente. Se trata de una razón técnica y de comodidad a nivel académico que entiendo. Sin embargo, las herramientas que se pueden enseñar a la hora de escribir un cuento nada tienen que ver con las necesarias para escribir novela. Son dos géneros distintos.

Es posible escribir novela cuando se alcanza el dominio del cuento. Sin embargo, los cuentistas con los que trabajo explican que cuanto más profundizan, cuanto más cuento escriben, más inseguros se sienten, y a la vez también más activos con relación a este género, y menos entienden que puedan tener un dominio sobre el cuento.

Novela y cuento no son vasos comunicantes. Demostrar una destreza y una buena técnica en torno al cuento no supone la capacidad de escribir bien novelas y, al contrario, ser un consumado novelista no implica ser un buen cuentista, aunque haya escritores capaz de trabajar bien en ambos géneros.

Creo que el perfil del escritor que merodea bien por los dos géneros es aquél que tiene una base poética, bien porque escribe poesía o porque la ha practicado, aunque no se dedique a ella, pero que sin embargo vuelca su capacidad poética en la escritura de cuento y novela.

En el año 2002 presentamos Pequeñas resistencias: Antología del nuevo cuento español, una antología que ha sido simbólica para Páginas de Espuma. En la presentación le preguntó un periodista a Carlos Castán, “Está bien esto del cuento, pero ¿para cuándo la novela?” como insinuando que el cuento era el trampolín hacia la novela. Carlos Castán le contestó con ironía “Ya estoy en ello. Mi siguiente libro se titulará ¿Para cuándo la novela?” Así le dio a entender que no tiene que ver una cosa con la otra.

¿Y si sólo pudieras salvar una novela? Por favor no me digas El Quijote

El descubrimiento de la novela como lector también me marcó muchísimo. Mira, siendo muy niño con trece o catorce años recuerdo la sensación de leer Sin novedad en el frente de Erich Maria Remarque. Sentir ese dolor por la muerte de un personaje que me había acompañado durante días de lectura fue casi como perder a un ser querido. Como ves se trata de una experiencia lectora.

Podría hablar también de novelas latinoamericanas como Cien años de soledad o toda la obra de Gabriel García Márquez. Me parece que una de las grandes novelas latinoamericanas es Pedro Páramo de Juan Rulfo, una novela que tengo muy leída y trabajada, mi ejemplar de Cátedra está destrozado.

También tuve una época muy rusa impulsado por la lectura de Crimen y Castigo de Dostoievski, por ese motivo publicamos Diario de un escritor, la primera edición completa en español de sus artículos periodísticos entre 1861 y 1881.

Estudié en un colegio alemán y pude leer a Thomas Mann, Gunter Grass… Hice una lectura importante de textos en alemán.

Todas esas lecturas contienen novelas mayúsculas y excepcionales, pero me quedaría con esa primera experiencia lectora porque es realmente lo que vale en la vida, lo que a uno le marca de verdad. Al leer Sin novedad en el frente tuve una experiencia lectora real de la novela. Me instalé en esa novela, hice un pacto lector con el texto durante varios días y de pronto ocurrió… Recibí tal bandazo con la muerte del personaje que no lo podía creer.

Por contraste, el cuento no da ese acompañamiento de lectura durante tantos días. Tiene otras cualidades, pero no la de acompañar durante tanto tiempo, la de generar una luz duradera durante días o incluso semanas, si la novela es larga, para luego exclamar cuando se acaba ese “Dios mío, ¿qué ha pasado en mi vida? He convivido con estos personajes casi como si fueran familiares reales.”

Si no hubieras podido ser editor ¿qué otra vocación hay en Juan Casamayor?

Yo iba para profesor de universidad, mi camino estaba encaminado en ese sentido. Soy editor porque decidí ir a Madrid a estar unos meses y llevo ya veintitrés años aquí. En ese momento estaba finalizando mi tesis doctoral en el departamento de filología en la Universidad de Zaragoza y tenía la posibilidad de continuar en la Sant Louis University, pero no sé si en ese camino había una vocación real puesto que finalmente acabé siendo editor.

Creo que hay en mí una vocación fallida, ser médico, no porque lo deseara sino porque mis padres y mis abuelos eran médicos, y hubiera sido bonito que yo hubiera seguido también esa tradición. La medicina, ejercicio vocacional por excelencia, es quizá la vocación que debería haber tenido y no tuve. La edición tiene algo de vocacional en ese sentido, ha sido mi vocación en la vida.

Actualmente Páginas de Espuma publica dieciocho libros al año. Durante el confinamiento que hemos vivido a raíz del estado de alarma causado el COVID 19 se ha hablado de la existencia de una burbuja editorial y de la necesidad de publicar menos y mejor en España. Por ejemplo, en nuestro país se publican más libros que en Francia cuando hay menos lectores que allí. ¿Crees que hay que cambiar el modelo?

Este es un tema complejo que ha lanzado la editorial Errata Naturae a través de un manifiesto.

En España se publica mucho, pero no estoy de acuerdo en que no se publique bien. Reto a cualquier lector a que busque una mesa de novedades en cualquier país europeo notablemente mejor que una española, tanto en su contenido como en su forma. En España se hacen muy bien los libros.

Sí que es cierto que hay una inflación de títulos. Pero habría que desgranar en qué consisten esos setenta y seis mil nuevos ISBNs que hay al año: unos veintidós mil corresponden a libros electrónicos, luego entre el resto de los libros publicados hay también mucho libro autoeditado. Hay que tener en cuenta que las editoriales que más ISBNs solicitan al año en nuestro país son las de autoedición. Una vez aclarado esto es cierto que hay una cantidad de opciones a elegir que supera al lector.

Pero hay también una realidad incontestable, dentro de este mercado de inflación el mundo editorial vive un momento extraordinario. Por un lado, tenemos el modelo de monopolio de Random House y Planeta, por otro hay toda una bibliodiversidad que se ha sumado a lo largo de los últimos veinte años, desde la primera generación de editoriales independientes con Acantilado, Páginas de Espuma y Minúscula, que arrancamos en el noventa y nueve, hasta la última que es Tránsito.

Por tanto, hay muchas editoriales que están haciendo las cosas bien, ofrecen una buena bibliodiversidad al lector y eso no es malo.

Hay que tener en cuenta que, a diferencia del mercado francés, el mercado español también cuenta con Latinoamérica donde nos encontramos con diecinueve países con realidades culturales, económicas y políticas distintas donde se vertebran distintas opciones de mercado, desde países grandes como México y Argentina hasta otros mucho más pequeños como Guatemala y Costa Rica.

Es cierto que hay editoriales que publican por encimas de sus posibilidades. Existen editoriales del tamaño de Páginas de Espuma que publican cuarenta libros al año. En nuestro caso somos una editorial que publicamos poco para cuidar más cada libro y vender más cada título, lo cierto es que esta estrategia nos ha ido bien.

Acepto que se publica muchísimo, pero luego hay que tener en cuenta los distintos aspectos del ecosistema del libro.

Páginas de Espuma ha mantenido un compromiso constante con las librerías. Durante el estado de alarma por ejemplo lo habéis mantenido a través de vuestro Curso de Edición Exprés ¿Cómo surgió la idea de que los asistentes pagasen la inscripción al curso con la compra de libros de vuestro catálogo, en sus librerías de referencia, y que, de camino, muchos agentes intermediarios relacionados con el entorno del libro salieran beneficiados?

Dentro de mis obligaciones como editor está la de vender los libros y por ello fomento actividades que contribuyan a la venta. Mis autores cada principio de año exigen sus liquidaciones y cuando no son buenas quieren saber el porqué. Es una obligación el hacer lo posible por vender sus libros.

Surgió la pregunta de cómo encontrar la fórmula que nos permitiera vender respetando el canal de venta que ya teníamos establecido previamente. Páginas de Espuma no vende libros directamente. Decidimos entonces ofrecer un Curso de Edición Exprés y comunicar a nuestros lectores que el pago para inscribirse consistiría en la adquisición, a través de la librería de su elección, de tres o más libros de nuestro catálogo.

El mensaje que hemos querido lanzar con esta iniciativa es que los libros se compran en las librerías. Además, como valor añadido hemos dado al lector la libertad de elegir en qué librería comprar nuestros libros.

Debido a que durante el estado de alarma muchas librerías no estaban abiertas y ni siquiera disponían de comercio electrónico, Páginas de Espuma ha centralizado la gestión de todas las peticiones de compra de libros efectuadas por nuestros lectores a sus librerías. Nos hemos comunicado con ciento cuarenta librerías y a todas ellas les hemos enviado su pedido. Lo importante aquí ha sido el gesto, el símbolo que se ha podido lanzar.

Creía que el foro sería similar al de la Escuela de Escritores, en Madrid, donde tengo un grupo de quince personas. Lo que nunca imaginé es que al curso se apuntarían trescientas personas. Actualmente el curso sigue funcionando a través de nuestro canal de YouTube.

Al frente de Páginas de Espuma os encontráis Encarnación Molina y tú. Juan Casamayor es la cara visible ante la prensa, pero sospecho que Encarnación es un alma mater en vuestra editorial. ¿Qué aporta ella a Páginas de Espuma?

Encarnación es el cincuenta por ciento o más de esta editorial, pero a ella no le gusta la visibilidad. Es una granadina muy divertida y le hemos dicho que se ponga en las redes sociales porque tendría mucho éxito, pero ella no participa en las mismas.

Encarni provino del departamento de producción de la editorial Wolters Kluwer, especializada en Derecho, donde estaba acostumbrada a un ritmo frenético de publicación. A nivel técnico, y en el campo concreto de la producción del libro, su experiencia ha añadido una alta capacidad para controlar muy bien la producción; y por otro lado posee una visión muy amplia y global de la gestión de proyectos.

Encarnación Molina y Juan Casamayor © Lisbeth Salas

Encarnación Molina y Juan Casamayor
© Lisbeth Salas

A nivel personal Encarni, a diferencia de mí que soy más cerebral y lógico, es la chispa de la vida de la editorial, ella habla con los autores a un nivel de cercanía mucho más personal que yo. Pienso que los dos formamos un binomio muy bueno, llevamos veintitrés años como pareja y trabajando juntos.

Para terminar, ¿qué consejo podrías dar como editor a los escritores noveles que quieran dedicarse al cuento?

En primer lugar, escriban cuento o no, para alcanzar el puerto de la escritura es necesario haber leído mucho, leer mucho y hacerlo en un futuro. Un escritor es, ante todo, un lector.

El escritor no es el que escribe sino el que tiene conciencia de que debe corregir lo que ha escrito.

Al escritor novel le recordaría que la escritura es la antesala del verdadero ejercicio de crear y escribir: la corrección. El escritor no es el que escribe sino el que tiene conciencia de que debe corregir lo que ha escrito.

En particular, para quien escriba cuentos le diría que mantuviera una doble mirada. Que trabajara su cuento como si fuera un universo propio, pero que piense que ese universo puede estar en contacto con otros universos. Porque al final un cuentista publica un libro de cuentos, no un libro con cuentos, y eso implica un nivel de escritura más complejo.

La escritura de cuentos es muy rápida, un cuento puede escribirse en una tarde, en un fin de semana, pero puede costar meses corregirlo. Corregir consiste, casi siempre, en tachar y quitar.

Le recomendaría al escritor novel que se sienta muy libre, es lo maravilloso que permite el cuento puesto que es el género que dispone de los límites más amplios para sentirse libre desde un punto de vista creativo.

Por tanto, mi consejo se resumiría en lectura, corrección, doble mirada y libertad.